noviembre 09, 2008

La hora de irnos.

Cuando se empieza la escuela se empiezan los amores. Los de primavera, los de besos en la puerta del salón con sabor a frutsi congelado.

Cuando se empieza la escuela elemental se comienzan los elementales sueños, los de a deveras. Los de convertirnos en grandes (y muy honestos) diplomáticos de la ONU, los de ser justos abogados de la paz, doctores de los incendios, bomberos del corazón, reinas de belleza o grandes escritores.

Cuando aprendemos a sumar, sumamos ambiciones con la confortabilísima seguridad de que tenemos toda la vida por delante. Y hasta se nos hace tanto el tiempo que jugamos a ser grandes, emocionados y ansiosos por todo lo que nuestros padres prometen que haremos.

Los amigos del colegio son eternos, y seguramente seguirán a nuestro lado hasta que nos hagamos viejitos y arrugados y jugando a los ladrones y a los policías, sin darnos cuenta se nos van pasando las tardes.

Y los amores dejan de tener escenario en la puerta de la escuela y los sueños dejan de ser tan honestos... y llega entonces la hora de irnos.

Sin saber muy bien a donde, tal vez siguiendo al sol o simplemente lejos de los juegos de niños. A lo mejor habrá que irnos de la ciudad pero sin duda, habrá que despedirnos.

Y puede ser como la peor de las tragedias o como quitarnos un peso de encima, eso depende de con que ganas hayas soñado de niño, o si solías ser el ladrón o el policía...

En todo caso, hay que decir adiós con dignidad, con clase y con amor.
Y no olvidarnos de dejar la puerta abierta, por si acaso queremos volver.

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