noviembre 26, 2008

Geografías

Todas las extensiones de ti son casi divinas.
Tu piel, tan blanca que a veces susurra las venas, combina con la suavidad de las sábanas de tu cama.
Amo tu dedo índice que todo acaricia y la delicada piel de tu muñeca, tu punto mas débil.
El lunar de tu antebrazo seguro podría contar mas de una historia que endulzaría con el olor de tu hombro izquierdo a manzana y sol.
Estoy enamorada del principio de tus senos, que si los miras bien te platican qué hay debajo del sostén. En ese meridiano cero que divide a tus dos valles es donde se puede empezar a acariciar tu corazón.
Una curva despistada me ilumina el camino hacia tu piel mas suave y tu cuerpo, poco a poco, despierta.
Bajo por todo el jardín que eres tú agarrada del costado de tu cintura y descubro a tu ombligo sonriente dedicarme un beso. Tengo miedo de bajar y prefiero dirigirme a tus caderas que al tocarlas, gritan llamando las manos de tu amante que ya no te toca.
Y tus piernas se abren un poco, instintivamente.
En tus muslos advierto la tensión que se ha creado así que decido volver a tu vientre sin preguntarte nada. Lo acaricio con la seda de tu pijama y la respiración empieza a agitarse.
Despacio voy a donde ya me esperas, busco el sendero para explorarte eternamente y tu de dejas hacer, complacida, y me ayudas a desnudarte.
Mi mano curiosa abre las puertas de tu isla para encontrarla más cálida que el sol.
Y decido ahogarme en besos a ese mar que con cada caricia de mi boca va aumentando su marea.
Todas las arenas que conforman tu desierto empiezan a agitarse y yo, rebasada por la lujuria te exploro con los dedos y con mi lengua te acaricio mientras te escucho pedirme que no abandone tu delirio... y siento a tus piernas apretarse, a tu cintura elevarse y a tu cuello exitarse.
El temperatura aumenta en tu amazonas, la bruma es casi insoportable y cuando mi barco comenzaba a ser tragado por las aguas de tu mar, otra boca sedienta quiere alimentarse de tus senos, llevándote al umbral de una muerte extasiada.
Entre esas dos bocas encontramos un tesoro que comemos devotamente, mientras te sentimos arder... arder...
El agua de tus lagos se evapora por completo con el calor de nuestro fuego y hasta lloras de placer.
Te acariciaría toda otra vez, si en tus playas quisiera amanecer de nuevo.

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