noviembre 11, 2006

La caricia de un café.

Alfredo Godínez y Olga Rosenberg.

¿Bailamos? Esa fue la última pregunta que me hiciste antes de marcharte. Era una mañana tan fría como la de hoy, la única diferencia es que es invierno y aquella ocasión hace, dos años atrás para ser precisos, era primavera. Mi día inicio con esa pregunta tuya en mi cabeza. Aún no entiendo por qué, ¿será acaso que cada mañana es lo mismo? Amanezco recordando cada pregunta que me hacías antes de partir.

Me fui por el café, a ti te gustaba tomarlo en la cama, ahora lo tomo en la cocina. Salí y el frió se ponía mas tieso, mas penetrante y me lamente no tenerte a mi lado, para cubrirte de ese frió con mis brazos y comprarte tu cafe caliente. Antes de tu última partida, te fuiste preguntando, ¿Quieres tu cafe con leche? y ya no volviste

De todas las partidas que rodearon nuestra vida, recuerdo la única que cometí sin dar aviso de mi paradero, había ido por café con leche como te gustan ¿te seguirán gustando? Te juro que no me tarde, pero al intentar regresar vi. Un corvette del año con placas del D.F., al subir vi la puerta entre abierta y ahí estabas con él, inventándole una historia para justificar la aparición de esa lap-top que no pertenece al ambiente de tu departamento, alcancé a escuchar: no te enojes mi vida...es de mi amiga esa que quiere ser escritora, vino ayer a verme para que le contará esas historias que tanto se contar pero que jamás he podido hacer a mano. Luego lo besaste, de la misma forma en que me besas. Preferí dar media vuelta y perderme entre las calles de Pachuca, por un momento me sentí el personajes de esa película que tanto veíamos juntos: Forest Gump, ese tipo que corría y corría, nunca entendí porque, siempre tuve en la cabeza dos ideas: correr para olvidarla o para buscarla, en mi caso, yo caminaba por caminar, sabía que eso podía pasar, pero nunca me prepare para eso. Ahora escribo estos ridículos versos en una hoja para rememorar esa escapatoria.

No recuerdo bien como fue que regrese a tu casa, pero ahí estaba, creyéndote la mentira, creyéndote que me querías, es mas, aún lo creo, y aun creo que en cualquier momento entrarás por esa puerta. Y te amaba mientras tomabas el café y yo te describía con letras en mi computadora, todas las mañanas. No hay escapatoria, la huida era inútil, al final, siempre terminábamos lado a lado, jugando a las escondidas, persiguiéndonos bailando,...

No entiendo por que escribo mis pensamientos sobre ti en hojas que jamás leerás. No soy tu amiga que busca ser escritora y te entrevista para alterar la verdad. Escribo las cosas tal cual son. No hay más ficción que nuestra realidad. ¿Realidad? Sí, así le llamamos a esto de estar juntos cada que podemos. Setenta veces te hice el amor por internet, cuarenta más por teléfono y un sin fin por medio de los textos que escribí pensando en ti, mi primer novela se vendió como el primer orgasmo que tuve a tu lado, por así decirlo, lento pero seguro. Mis poemas intentan ser vagas caricias lejanas. Ahí se quedaron. Como todo, se quedo en planeaciones y sueños. He llegado a pensar que somos una pareja perfectamente política, hacemos campaña para seguir el rumbo y acabamos desviándolo. Hoy sigo sentado en una banca del centro de Pachuca, escribiendo líneas sobre nosotros. A mi derecha tengo un café con leche, desde esa ocasión, tomo el café así. Para sentir que te tengo cerca. El café con el que te iba a decir: te amo. El café de mi partida.

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